Los lazos afectivos que construimos desde la primera infancia y cultivamos en la juventud, la etapa adulta y la vejez favorecen el equilibrio emocional y son el soporte para los desafíos que afrontamos en las distintas etapas de la vida. La capacidad de establecer relaciones sanas, no sólo libera oxitocina, dopamina y endorfinas, sustancias químicas relacionadas con los vínculos, la conexión, la diversión o el entretenimiento; también nos ayuda a potenciar la autoestima y a tener seguridad y confianza en los demás. Saberse comprendido y escuchado es una necesidad innata del ser humano que es por naturaleza un ser social.
Los vínculos genuinos y vivir con propósito sin duda le apuntan a una vida mucho más placentera y a afrontar los momentos críticos con mucha más fortaleza y tranquilidad. Independiente de la etapa del ciclo vital en que nos encontremos, las relaciones con amigos y familiares brindan sentido de pertenencia y contribuyen a la salud mental. Hoy esta certeza resulta imperiosa cuando las cifras de depresión, ansiedad y trastornos de comportamiento de niños, jóvenes y adultos prenden todas las alarmas evidenciando que sin bienestar mental no hay verdadera salud.
Antes de la pandemia, el 4,4% de las personas en el mundo se encontraban deprimidas y el 3,6% tenía un problema de ansiedad. Hoy sabemos que esto pudo aumentar más de un 25% con la llegada del COVID con el agravante de que en nuestros países la atención no sobrepasa el 15% o el 20%. Aunque la mitad de los trastornos mentales en la edad adulta ya han debutado a los 15 años, en su mayor parte no se detectan ni se tratan, adecuadamente.
El psicólogo Efrén Martínez explica que millones de personas padecen tristeza y experimentan un sentimiento de desconexión que es muy común cuando hay depresión: “dejas de tener un enlace con lo valioso, las personas, las acciones, las circunstancias y los objetos…como que puedes despegarte de todo, incluyendo amigos y familiares a quienes ya no llamas, ni tampoco les contestas; menos aún les recibes o asistes a sus invitaciones”.
Incorporar pequeñas acciones diarias que sumadas en el tiempo nos brinden una vida más plena, es una ruta efectiva hacia el bienestar. Los japoneses le llaman ikigai, la razón que nos hace despertar por las mañanas. Es todo aquello asociado a los valores de la vida (el valor de hacer, el valor de trabajar) que ayuda a tener un propósito, un motivo para existir. Está relacionado con la búsqueda de la realización personal para sentirse satisfecho emocionalmente.
Su descubrimiento trae sentido a la persona y orienta sus deseos y anhelos. Fue Akihiro Hasegawa, psicólogo clínico y profesor de la Universidad de Toyo Ewia, quien incluyó el término ikigai en un trabajo de investigación como parte del lenguaje cotidiano japonés. El término se compone de dos palabras: iki, que significa vida, y gai, que describe valor o mérito.
Tener sentido de pertenencia a la comunidad y formar parte de la tribu correcta también ayuda prevenir el aislamiento y la soledad. Las relaciones cercanas y valiosas con amigos nos motivan a tener hábitos positivos y a disfrutar de compañía cuando la necesitamos. Hoy sabemos que los adultos que consolidan relaciones valiosas y tienen apoyo social probablemente vivan más que sus compañeros con menos vínculos sociales.
Así ha quedado constatado en las llamadas “zonas azules”, esos cinco lugares del mundo donde viven las personas más longevas del planeta, mucho más tiempo y mejor: Okinawa, (Japón); Loma Linda, (California); Cerdeña, (Italia); Ikaria, (Grecia) y Nicoya, (Costa Rica). Allí es una constante el compromiso y la conexión social. Sus habitantes además tienen un buen estado físico gracias a la práctica de ejercicio diario y moderado y a una alimentación saludable a base de fruta, verdura, pescado y legumbres.
Fue el científico belga Michel Poulain quien bautizó hace 20 años como ‘azul’ la primera zona de longevidad que se detectó en la isla italiana de Cerdeña, sobre el Mediterráneo. Describió que allí “la vida es simple y natural. Más del 90 por ciento de lo que hay sobre la mesa se produce localmente, la actividad física no se detiene a los 65 años y muchas veces continúa hasta después de los 85. La solidaridad familiar y comunitaria es una realidad”. Mucho se ha escrito al respeto desde 2005, a partir de la publicación que hiciera el investigador Dan Buettner en la revista National Geographic quien usó por primera vez el término “zonas azules”.
En la actualidad, cuando se evidencia un aumento considerable en la esperanza de vida y una mejora generalizada de la longevidad, es mucho lo que hay que aprender de estas regiones que constituyen un camino a seguir para revertir el impacto del estrés, el cortisol y la acelerada vida moderna.
Fuentes de consulta:
Efrén Martínez, Cuando la vida te confronta. Aprende a sufrir para ser feliz”.